Los objetos tecnológicos suelen pervivir en el tiempo mucho más que las prácticas que los hacen posible, y cuando un historiador intenta comprenderlos, necesita mucho más que el objeto para ello. En ese sentido es fundamental que existan memorias escritas de personas que las conocieron y hablaron sobre como fueron en su tiempo de vigencia. Es una cuestión que a mí me preocupa mucho, porque me he enfrentado, como historiador, a ese dilema muchas veces. Por ejemplo, cuando intentamos entender como era un espectáculo de linterna mágica o una proyección de microscopio solar en el siglo XIX, que mostraba a los espectadores los «bichos» casi invisibles que contenía una minúscula gota de agua, es necesario que tengamos la suerte de que una persona que contempló el espectáculo, en algún lugar, nos cuente como lo percibió, porque si no tenemos esa referencia, perderemos inexorablemente las conexiones entre la tecnología y sus significados sociales y culturales. Pero hay ocasiones, como el que hoy ocupará mi entrada de la bitácora, que la propia tecnología ha pasado tan desapercibida cuando estuvo vigente, que su importancia hay que ponerla en valor haciendo toda una labor de interpretación cultural, que en su momento ni tan siquiera existió. Algo así, le ocurrió al fotograbado, una técnica de impresión fotomecánica, hoy ya desaparecida, de difusión masiva de las imágenes con apariencia fotográfica, que yo practiqué profesionalmente en mi adolescencia, antes de ser historiador de la cultura visual, y sobre la que estoy publicando y trabajando intensamente en los últimos tiempos, motivado por esa intención de dejar referencias de una tecnología que fue fundamental en los talleres de impresión y en la prensa.
En la primavera de 2023, propuse en el Congreso Hermes que se celebró en Lanzarote una comunicación sobre el fotograbado como el creador de lo que, siguiendo a Roman Gubern, denominé la iconosfera contemporánea, en la convicción de que la opulencia de difusión que tienen las imágenes en nuestra actual cultura digital, no hubiera sido posible si antes no hubiera existido una técnica de difusión, que, gracias a la imprenta, resolviese la dificultad que tuvo la imagen fotográfica para ser vista por muchas personas a la vez, una vez que fracasó el primer proyecto de que fuese el daguerrotipo la matriz de impresión. En la década de los años 80 del siglo XIX en una tendencia internacional en la que también estuvo España, muchos medios fueron experimentado con una solución ingeniosa que consistía en intermediar entre la imagen original y la impresa con unas tramas de puntos de diferente densidad que al reproducirse restituían las apariencias tonales de la fotografía original. Luego venía todo un proceso químico muy laborioso, y bastante tóxico, sobre planchas cincográficas que se «mordian» rebajando el relieve de los puntos para poder colocar las imágenes junto a los tipos de letra en las prensas de imprenta. Se hicieron millones de grabados, de línea cuando llevaban solo dibujos y tramados o de medio tono, cuando reproducían imágenes fotográficas. Hoy la mayoría han desaparecido y tampoco ya apenas nos quedan fotograbadores que conocieron el proceso. Por ese motivo me parecía importante restituir su valor histórico y tecnológico pero, sobre todo, lo que significó todo esta técnica industrial tan poco valorada. En el caso español, además de algunos experimentos importantes en las revistas gráficas decimonónicas de Madrid y Barcelona desde 1880, fue en 1885 cuando «La ilustración» de Barcelona publicó el primer reportaje en fotograbado directo (llamado así porque la imagen informativa se veía directamente como en el original fotográfico sin transposición al dibujo que había sido la forma hegemónica hasta ese momento). Este primer hito en la prensa española tuvo lugar con motivo del terremoto de Andalucía en la navidad de 1884. El fotograbado eclosionó en la prensa de masas, ya en los comienzos del siglo XX y sus resultados visuales, no por causalidad, estaban ligados en la puesta en las páginas de las revistas a la forma de ver las escenas del cine primitivo o a la disposición secuencial de los blogs postales.
Durante los últimos años antes de la pandemia que nos paralizó a todos, estuve trabajando en los orígenes del fotograbado en España y las fuentes que de ésta técnica se conservan en la Biblioteca de Cataluña y en la Biblioteca Nacional de Madrid. Yo ya había publicado desde mi tesis en 1998 sobre el trabajo pionero en fotograbado de Heribert Mariezcurrena y su grupo de socios entre los que destaca el fototipista Joseph Thomas, cuyo trabajo se está hoy estudiando de una manera esplendida desde la Fundación Anastasio de Gracia. No resulta un trabajo fácil reconstruir toda esta arqueología de las técnicas de impresión de imágenes fotográficas a través de soportes específicos, porque, como ya he mencionado, al ser una técnica industrial apenas tuvo importancia más allá de la utilidad inmediata y rápidamente perecedera informativamente hablando. Por eso para mi fue una gran satisfacción encontrarme con el trabajo de Jose Cao, un fotograbador de Vigo que, en 1909, vendía talleres a toda España en un momento de gran demanda de esta técnica, y para ello publicó un librito en el que documentó fotográficamente todos los pasos del proceso de fotograbado. Que me resultó fácil de comprender, porque yo los había practicado en el pasado, los entendía y puede explicarlos como memoria de una técnica que fue tan importante y tan poco valorada desde la perspectiva cultural. Para ello elaboré, en 2015. una ficha que ofrezco aquí a los seguidores de la bitácora que explica toda la complejidad que presentaba el proceso de fotograbado.
Sentía una obligación personal de dedicar el trabajo a Marie Loup Sougez, porque ella fue la primera que, con motivo de los 150 años de la aparición de la fotografía, realizó, en el catálogo que se hizo en la Biblioteca Nacional de Madrid, un texto que sigo considerando de referencia. Conservo aun los correos de Marie Loup cuando la comenté que yo estaba investigando sobre fotograbado y quería conocer si ella tenía más aportaciones al respecto. Amable como siempre, me contestó enseguida, y entendí que mi intervención del Congreso Hermes que se ha publicado recientemente en la editorial Tirant lo Blanc tenía que estar dedicado a su memoria. El resultado, del que ofrezco el enlace al video de la comunicación que luego transformé en texto, es una síntesis desde el primer intento de difundir imágenes fotográficas a través de la estampa, hasta la aparición de las técnicas fotomecánicas y la aventura que supuso elaborar miles y miles de imágenes cada semana, salidas, antes de que en los periódicos provinciales tuviesen talleres de fotograbado propios, de los grandes talleres de Barcelona y Madrid que hicieron posible una difusión moderna de la fotografía coincidiendo con la «nueva visión» que se instituyó en la sociedad de las masas. No es casual que la primera exposición que hizo Beaumont Newhall en el MOMA sobre la Fotografía como un objeto artístico en 1937, fuera posible por el «pequeño» detalle que las imágenes expuestas pudieran verse impresas en un catálogo. La propuesta de hacer una historia moderna de la fotografía basada en imágenes y no, como hasta entonces se había hecho, sobre los avances técnicos de la óptica y de la química, tal y como lo entendían los grandes historiadores decimonónicos de la fotografía como Josef María Eder, solo fue posible por la madurez que el fotograbado tenía ya en aquellos momentos en el que por vez primera, un museo de Arte Contemporáneo, acogió a la imagen fotográfica como objeto artístico.
He comentado al comienzo de que yo tuve la fortuna de ser fotograbador en mi adolescencia, en un periódico local de Santander, el Diario Alerta, donde conocí a una persona muy querida por mí, al que deseo rendir homenaje en esta entrada. Se trata de Federico Sainz de Varanda, el jefe del taller de fotograbado del diario, que había aprendido con quien introdujo el primer taller que tuvo Santander, Severiano Quintana padre de los Samot, los grandes fotógrafos santanderinos de la modernidad. Federico o Fede, como todos le conocíamos, me enseñó unas técnicas que ya estaban mutando en los años setenta, porque las cubetas de ácido nítrico, la sangre de drago para proteger las paredes de puntos y otras técnicas del mordido estaban dejando paso a sistemas mecánicos de rebajado químico y pronto a la grabación de los puntos en plástico y la aparición de los primeros grabados con polímeros. Yo tuve la fortuna de conocer toda esa transición que puede entender, ya años después, desde una perspectiva cultural y porqué en los talleres de fotograbado, los españoles incluidos, ya muy avanzado el siglo XX se seguía usando el colodión húmedo porque permitía despegar el registro fotoquímico tramado del cristal y facilitar la insolación sobre la plancha de cinz emulsionada. Justo en esos años cuando comenzaba mi labor como periodista gráfico pero aun mantenía el puesto en el fotograbado, en 1980, rememorando la efemérides del primer fotograbado de una noticia, publicado en la prensa internacional, publiqué en «Alerta» dos artículos sobre el tema, que fueron mis primeros textos periodísticos publicados, ahora ya muy distantes de mis actuales conocimientos sobre historia de la fotografía, pero que los conservaba en una carpeta y entendí que, como curiosidad, mas que otra cosa, tenía que hacerlos visible en la bitácora. Una de los fotos que hice para el primero de los dos artículos fue de uno de mis compañeros del taller, mirando a través de una de las tramas de cristal alemanas que teníamos en el periódico. Un producto muy costoso en la época que era lo que permitía la interposición de los puntos de densidad variable, Tramas de cristal que, como tantas tecnologías, han desaparecido y no estoy seguro de que se conserve ninguna, al menos en España. Me gustaría equivocarme al respecto.
Es mi intención seguir profundizando en el futuro en la historia del fotograbado en España y de introducir algunos otros elementos que fueron tan importantes aunque no tan masivos como la fototipia y el huecograbado. Con motivo del X Encuentro de Historia de la Fotografía de Castilla-La Mancha, que se celebrará en Ciudad Real los días 23 y 24 de Enero, organizado por el Centro de Estudios de Castilla-La Mancha, y por invitación de mi buena amiga Esther Almarcha, realizaré un taller de fotograbado en el que analizaremos su dimensión historica y cultural en la difusión de las imágenes fotográficas contemporáneas, tocaremos diversos grabados en madera, en fotograbado y fototípicos y analizaremos las tramas y retículas que dejan sus imágenes contempladas a través del microscopio. Todo un empeño para que hacer valer a una técnica que ha sido decisiva y del que quienes lo conocimos, de algún modo, tenemos que dejar también memoria en un momento como el actual, en el que la aceleración de los tiempos que vivimos y la hegemonía digital han dejado obsoletas todas las soluciones que se dieron en las décadas precedentes y que se están olvidando a toda velocidad.
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