

De repente, en el mes de Marzo todo comenzó a complicarse por el COVID 19, el curso pasó de presencial a virtual y en la preparación de los materiales conjuntos me fuí encargando a la espera de que Antonio se restableciera de una leve indisposición que tenía. Poco a poco se fue relevando la triste realidad y aunque todos nosotros estabamos convencidos de que todo iba a tener un final feliz, el 5 de Junio, Beatriz de las Heras me remitió uno de esos mensajes que aunque pensaba posible, nunca hubiera deseado recibir: Antonio, nuestro querido maestro y ante todo nuestro buen amigo, en lo mejor de su capacidad creativa e intelectual nos había dejado.
Conocí a Antonio Rodríguez de las Heras en 1995, en su Universidad Carlos III de Madrid donde dirigía un seminario sobre Historia y Fotografía junto con el profesor Carlos Serrano de la Sorbonne, un hispanista que entre su fructifera labor investigadora se había topado en los Archivos Nacionales de Francia con las imágenes de Robert Capa de la guerra civil española y había hecho un fino e inteligente análisis del significado de aquellas imágenes al margen de las corrientes especializadas que ya existían en Francia y en España sobre Historia de la Fotografía. Yo hablé en aquel encuentro de cómo se creó en el siglo XIX el sistema gráfico informativo, desde los dibujos en grabado en madera a las primeras fotografías “traducidas” a dibujo en prensa. Y desde aquel momento Antonio me hizo uno de los suyos, porque a diferencia de otras personas, él no creaba redes clientelares sino redes afectivas y de conocimiento. Antonio Rodríguez de las Heras ante todo parecía y se sentía humilde por su enorme sabiduría que tenía y por su gran elegancia personal. A partir de aquellos encuentros fuí conociendo y sintiendo la amistad de sus primeros discípulos surgidos años atrás, cuando fue profesor en la Universidad de

Extremadura. Mario Díaz Barrado o Pilar Amador, que fue su mano derecha en el reto encargado por el Rector Gregorio Peces Barba de poner en marcha con tanto éxito en el Campus de Getafe, la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación. A veces me he imaginado a Mario, a Pilar y a Juan Sánchez González, otro de sus discípulos primigenios, cargando en sus coches sus Macintosh en los años ochenta y presentándose en los congresos de manera tan novedosa con unos medios que prometían tanto y que solo la visión de Antonio y el entusiasmo de sus discípulos eran capaces de transmitir a un colectivo que entendía mayoritariamente que el texto escrito era la única fuente de conocimiento posible. Yo me incorporé, como digo, más tarde, y desde que los conocí gozo de la amistad y el aprecio de todos ellos y entre mis mejores recuerdos académicos se encuentran los cursos que compartí con Antonio en diversas universidades, lo estimulante que era escucharle y lo grata que era siempre su compañía. Con Pilar Amador he colaborado mucho cuando dirigía los cursos de Cine e Historia en la Carlos III y con Mario Díaz Barrado desde su cátedra en Extremadura especializada en Historia del Tiempo Presente, me une también un fuerte afecto y amistad al que se ha sumado en los últimos tiempos el de la más reciente discípula de Antonio, Beatriz de las Heras, una joven y prometedora profesora e investigadora que ya ha hecho valiosas aportaciones sobre imágenes e historia, al igual que Antonio Pantoja y sus preocupaciones por el cine como fuente histórica, con el que coincidí en la Universidad de Extremadura. Todos nosotros formamos un grupo que compartimos conocimiento, nos encontramos de tanto en tanto y que, con la inesperada desaparición de Antonio Rodríguez de las Heras, nos hemos quedado muy desarbolados, porque ninguno nos imaginábamos este desenlace tan injusto.

Hace muchos años y en otro contexto histórico y otra situación política diferente (y más terrible) que la actual, y sin duda con otro sentido, Bertolt Brecht habló de los imprescindibles, de esas personas que luchan todo una vida por algo que les parece necesario. Antonio Rodríguez de las Heras fue una de ellas, fue un visionario de las Humanidades Digitales que perseveró con elegancia y sabiduría, con el convencimiento de que los cambios se iban a producir sí o sí, y no se equivocaba en su predicción. Además de su importante obra científica nos dejó una tarea divulgadora muy importante en el Suplemento “Retina” del diario “El País” que tras su fallecimiento le dedicó un emotivo homenaje en las páginas del rotativo. El autor de esta modesta bitácora también quiere sumarse a un homenaje desde la tristeza, pero sobre todo desde la fortuna de haber compartido la amistad y haber tenido la oportunidad de aprender tanto con una persona tan excelente en todo como lo fue Antonio Rodríguez de las Heras y ofrezco para su descarga el material que habíamos preparado para el curso de la UIMP con un esplendido texto suyo de 1999 sobre el libro digital, al que he añadido una de las pantallas que yo uso en mis clases para explicar esta visión tan pionera y precisa de la materia intangible que supone la información digital.
Gracias, querido maestro Antonio por todo lo bueno que nos aportaste. Por tu amistad, por tu sencillez y por tu enorme sabiduría. Abriste los nuevos caminos de las Humanidades Digitales en España, una senda que ya no tiene marcha atrás y en la que dejaste muchas y valiosas reflexiones y experiencias. Nunca te olvidaremos, aunque nos resulta todavía muy dificil asumir el vacío que nos ha dejado tu injusto fallecimiento.